sábado, 8 de septiembre de 2007

Epifanía Enunciado 1

Epifanía

“Valentina llegó temprano a su clase de música. A punto estaba de sentarse cuando advirtió que había olvidado su cuaderno en su refugio predilecto: la siempre cómoda y acogedora biblioteca. No podía perderse el comienzo de la clase, así que fue a la biblioteca, cogió su cuaderno y regresó a su asiento, a tiempo para comenzar su, probablemente disfrutable, clase de música. Pero en el camino se encontró a su bienamado Juan y se detuvo a intercambiar algunas muestras de su muy auténtico cariño, lo que le llevó 4 minutos, pero de los largos, y la obligó luego a recuperar estos instantes, tan bien aprovechados, porque cuando salió del salón no previó la Epifanía”.
La biblioteca está en un punto diametralmente opuesto del salón de música en el patio circular, que tiene 500 metros de diámetro, de la escuela. Valentina tardó en total 9 minutos.
Construye una gráfica que describa los cambios de posición de Valentina en su trayecto de ida y vuelta con respecto al tiempo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El título de este problema me recordó un poema de Arseni Tarkovski(Rusia, 1907-1989) que puede aportar un epígrafe, quizás sus dos primeros versos. Lo pueden escuchar leído por el autor en la película El espejo (1974), de su hijo Andrei.

PRIMERAS CITAS
El breve instante en que estamos juntos
lo celebramos como una epifanía,
solos sobre la tierra. Y tú, más intrépida
y más ligera que un ala de pájaro,
volabas los peldaños como un vértigo desde lo alto,
arrastrándome a través de las lilas a tu imperio,
allá lejos, más allá del espejo.
Cuando llegó la noche y se me otorgó la gracia
se abrió por fin la puerta del altar
donde, resplandeciente en la sombra,
tu desnudez se inclinaba lentamente.
Y al despertar dije: “Bendita seas por siempre”
y comprendí la audacia de mi bendición, pues dormías
y las lilas sobre la mesa buscaban
rozarte para teñir tus párpados
con un dedo de azul, color del universo.
Sombreado de azul estaba quieto tu párpado,
tu frente serena, tu mano tibia.
En el cristal palpitaban los ríos,
brillaban los mares, se ocultaban las cimas
y en tu palma, sobre un trono,
sostenías esa esfera de cristal,
¡oh, justo cielo! ¡Y me pertenecías!
Despertaste... Un instante después
transfigurabas el vocabulario de todos los días.
Vibrantes las palabras se desbordaban
plenas de vida, y la palabra tú
nos reveló su sentido nuevo de luz.
Hasta los simples objetos familiares
―palangana, jarra― todo se transfiguró
cuando entre nosotros, erguida como un dique,
acechaba el agua dura y estratificada.
Nos dejábamos llevar sin saber adónde.
Frente a nosotros, cual espejismos
milagrosamente edificados, las ciudades se apartaban.
A nuestros pies se tendía la mejorana,
el pájaro seguía nuestras lejanas caminatas
y los peces remontaban la corriente,
se abrían para nosotros los celestes espacios...
Cuando el destino, con una navaja en la mano,
seguía nuestras huellas como un demente.
Versión de Georges Voet y Javier Sicilia. Ixtus, núm. 39, 2003, pp. 52-53.